John Kerry y Serguéi Lavrov durante uno de los encuentros mantenidos recientemente.
Flick.com / Ministerio de Asuntos Exteriores de Rusia.El alto el fuego tan solo ha durado una semana, y en este tiempo ni tan siquiera ha habido un cese total de las hostilidades. Además, no se ha conseguido uno de sus principales objetivos: la apertura de un pasaje seguro para el paso de la ayuda humanitaria a Alepo, donde centenares de miles de civiles necesitan ayuda urgente.
Las partes se han acusado mutuamente de violar los términos del acuerdo. Rusia denunció el viernes un ataque aéreo de la coalición liderada por EE UU contra posiciones del ejército sirio que se saldó con 62 militares muertos. Tras el suceso hubo una reunión de urgencia del Consejo de Seguridad de la ONU a petición de Moscú. Por su parte, el día 19 EE UU acusó a las tropas de Asad y a Rusia de atacar un convoy humanitario de la ONU que provocó 12 víctimas mortales entre el personal de la misión. El Ministerio de Defensa de Rusia niega estar implicado en el ataque. Según imágenes de reconocimiento aéreo, militantes del grupo terrorista Jabhat al-Nusra
lanzaron el lunes una ofensiva sobre Alepo, en el área en que se encontraba el convoy de la ONU.
Los últimos acontecimiento confirman los miedos de los expertos que expresaron su escepticismo sobre las posibilidades del acuerdo ruso-estadounidense. El pesimismo se basaba en la cantidad de actores en conflicto, cada uno con sus propios intereses. Sin embargo, a pesar de la situación, los acuerdos entre Moscú y Washington suponen un punto de inflexión en el conflicto que lo acercan a su final definitivo.
El interrumpido alto el fuego no es más que la punta del iceberg; y hay razones de peso para que las partes no hayan hecho públicas todas las partes del acuerdo. Una de las cuestiones clave es que las partes han dejado de lado sus 'ilusiones' y reconocen la limitación de su capacidad de actuación en Siria y el peligro que implica el Estado Islámico.
"Es necesario sacrificar pequeñas cosas para conseguir mayores acuerdos", declara Vladímir Avatkov, director del Centro de Estudios de Oriente Próximo en el think tank Relaciones Internacionales y Diplomacia Pública. "Debido a la situación en el norte de Siria, todas las partes están, gradualmente, llegando a la conclusión de que es necesario terminar lo que allí se ha desatado".
En octubre se cumple un año del inicio de la operación rusa en Siria. En este tiempo se han conseguido muchas cosas: detener el avance triunfal del Estado Islámico y prevenir el colapso del estado sirio. Aunque Moscú no haya organizado la guerra civil en Siria, ha sido uno de los grandes beneficiados del conflicto. Rusia ha mostrado su voluntad por defender a sus aliados y la ley internacional, ha vuelto a Oriente Próximo y ha conseguido nuevos clientes en el mercado armamentístico.
Actualmente Moscú se enfrenta a un dilema y es que la operación aérea no es suficiente para poder detener al Estado Islámico. "Las Fuerzas Aeroespaciales de Rusia y la coalición liderada por EE UU bombardean a los terroristas desde el aire, pero eso no es suficiente", explica Leonid Isáiev, profesor de Ciencias Políticas. "Es necesario lanzar una operación terrestre, pero ni Moscú ni Washington pueden forzar a sus aliados a una operación como esa".
Las tropas de al Asad están exhaustas tras varios años de una guerra que ha afectado seriamente al ejército. En teoría Irán es capaz de lanzar una operación terrestre pero le refrena la posibilidad de que se transforme en una matanza entre chiitas y sunnitas. Siria es un país suní, mientras que Irán en chií.
Moscú tampoco puede pensar en Turquía, ya que tiene objetivos diferentes y no es un aliado de las tropas gubernamentales sirias. Al mismo tiempo, Rusia trata de no implicarse mucho más en el conflicto. Moscú puede tomar una posición flexible respecto a las negociaciones sobre la federalización de Siria y acerca del futuro del régimen de al Asad. Pero en caso de que se vea más involucrada en el país y la región, tiene muchas opciones de perder lo ganado.
El acuerdo en Siria es una especie de documento de derrota para Washington, ya que inicialmente se involucró en la campaña con la intención de derrocar al régimen de Asad y traspasar el poder a manos de la oposición.
"EE UU ha visto a Siria como un enemigo estratégico en Oriente Próximo desde hace mucho tiempo. Se trata del único país que está en el listado de financiadores del terrorismo desde la creación de este listado en 1979", explica Steven Heydemann, miembro del Club Valdái y de Brookings Institution. La caída del régimen de Asad posibilitaría a los EE UU deshacerse de Irán en todo el Levante y fortalecer la seguridad de Israel.
Sin embargo, estos objetivos no se han alcanzado y EE UU no pudo asegurar la victoria de la oposición. Además, actualmente la oposición laica también está descontenta con EE UU porque no le ayuda lo suficiente contra las tropas Aeroespaciales de Rusia, y porque el Congreso no se pone de acuerdo para la entrega de armas avanzadas, que podrían acabar cayendo en manos del Estado Islámico.
"El intento de EE UU de colaborar con la oposición no ha dado sus frutos, así que se ve obligado a vérselas con otras fuerzas existentes", explica Vladímir Avatkov. En este marco de fracaso, surgen nuevos peligros, entre los que se incluye el Estado Islámico.
Finalmente, la posición de EE UU en la región se ha debilitado considerablemente en los últimos años. Se han deteriorado las relaciones con Arabia Saudi, Israel, Turquía y Egipto y continúan las guerras en Irak, Siria y Yemen.
Si no consiguen la salida de Asad, que para ellos constituye una victoria, su posición podría debilitarse todavía más. Washington tendrá que elegir si entregar Siria a Moscú y Teherán o si lanza su propia operación terrestre.
Las otras partes del conflicto sirio han sido ambivalentes respecto a la firma del acuerdo. El hecho de tener que adaptar sus objetivos a las condiciones del acuerdo ruso-estadounidense no es algo que les llene de entusiasmo.
Las autoridades sirias están descontentas por el cese de las operaciones en parte del país. Damasco esperaba retomar el control de casi todo el territorio con ayuda de Moscú y Teherán. Mientras que sin este apoyo lo máximo que puede hacer es defenderlo.
La actitud iraní también es ambigua. Por una parte lo último que necesitan es que EE UU se involucre en Siria, pero al mismo tiempo el acuerdo puede ayudar a poner fin a una guerra en la que Teherán ha gastado millones de dólares y han muerto centenares de soldados propios.
Irán se acabó implicando en Siria no porque lo quisiera sino para evitar que el país cayera en manos de sus enemigos estratégicos, Arabia Saudí y EE UU, algo que según Irán habría sido inevitable si las fuerzas de la oposición hubiesen ganado. Ahora los iraníes han conseguido su objetivo más inmediato, un consenso básico entre Rusia y EE UU para preservar el régimen de Asad, aunque sea sin el propio Asad.
Para Turquía, uno de los mayores aliados de EE UU en la región, supone una oportunidad para rectificar algunos de los errores cometidos hasta ahora. La guerra en Siria se ha convertido en una derrota estratégica para Ankara, ya que no se han conseguido los obejtivos iniciales y han surgido nuevas amenazas.
El régimen de Erdogan tenía la esperanza de derrocar a Bashar al Asar y colocar en Damasco un gobierno afín a Turquía. Sin embargo lo que ha ocurrido es que tiene millones de refugiados, pérdidas económicas, una Siria hostil y problemas en las relaciones con Rusia e Irán, así como la posibilidad de que emerja un nuevo Kurdistán.
Turquía ha elegido normalizar las relaciones con Rusia con el objetivo de reparar el daño causado y también ha declarado estar dispuesta reconocer la legitimidad del régimen de Asad y la voluntad a negociar con él.
"Tras el fallido golpe de Estado, Erdogan está interesado en que la única forma de cambio de poder sea democrática", declara Vladímir Avatkov. Además, el acuerdo ruso-estadounidense permite a los turcos enviar tropas al norte de Siria para luchar contra los kurdos con el consentimiento de Moscú, Damasco y Teherán.
La parte más descontenta con el acuerdo es Arabia Saudí, que ve el conflicto como una guerra que puede contener a Irán, de modo que los saudíes no están interesados en detener el baño de sangre.
Ahora, tras los acuerdos entre Rusia y Turquía y entre EE UU y Rusia, así como tras las perspectivas de normalización de las relaciones entre Damasco y Ankara, Arabia Saudí se ve aislada diplomáticamente. Riyad no solo no podrá sabotear los acuerdos ruso-estadounidenses sino que sus relaciones con EE UU podrían agravarse.
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